Ser Mamá.

Hola todas y todos. ¿Qué tal estamos? Llego tarde hoy con el post del día de la madre, pero a veces necesito tomarme un descanso del ordenador el teléfono, etc.

Voy a compartir impresiones de lo que significa para mí ser mamá.

Desde el inicio, ha sido para mí el milagro de albergar dos seres dentro de mí. Sentir cómo crecen, sentir sus corazones latiendo, imaginarlos como dos peces nadando dentro de mi viente. Todo eso ya me supone un verdadero milagro. 

Imaginarlos, y en la ecografía 3D, poder ver sus caritas. Bueno, la carita de ella, de mi Nenúfar, porque él se escondía siempre.

También, como todo lo bueno, la parte agridulce es innegable. En mi caso, lo viví muy sola, no pude compartirlo prácticamente, y lidiar con los cambios físicos, no fue fácil. Lidiar con la exigencia (externa y auto infringida, claro, porque al final siempre se trata de nosotros mismos), eso no ayudaba. Había que seguir “haciendo” aunque tu panza crezca como un planeta, aunque tus hormonas te dominen, aunque tu estado de ánimo fluctúe; aunque tu centro de gravedad esté desplazado; aunque te sientas más vulnerable que nunca. Aunque no te sientas atractiva ni mujer ( es mi experiencia; no tiene por qué ser así). 

Para mí significó también la pérdida total de mi referencia de mí misma, de mi definición, de mi “quién soy”. No digo que esto a la larga no haya sido positivo: me deconstruí para volver a construirme, una suerte de renacimiento. 

Luego vino el parto, en mi caso, una cesárea programada. No puedo ni siquiera llamarlo parto. Siento que no parí, sino que me “extirparon” a los hijos. Es triste, pero es lo que es. Estaba sola, vulnerable, y llena de amor, por esos seres que me habitaban y que me hicieron mamá.

El doctor fue majo; me sentía tan sola y pequeña que lo abracé cuando me pincharon la epidural. (Los momentos previos no fueron agradables; estaba yo en una camilla, despatarrada como vine al mundo, mientras dos enfermeros/as, charlaban a medio metro de mi vulva como si estuvieran en la barra de un bar; qué desagradable. No comprendo cómo puede existir tan poca empatía).  Luego, quirófano, epidural, drogas varias, y corte.

Salió Gonzalo, y me miró con ojos grandes y claros, parpadeó y se lo llevaron a limpiar. No lo pusieron sobre mi pecho, como en las pelis. Una pena. Yo comencé a llorar y me pidieron que me tranquilizara y no me moviera que estaban buscando a la peque. Ari era más pequeña que Gon. Al ratito sacan a Ari y emite un llantito pequeño. Consigo apenas verla, y se la llevan a limpiar. Una pena. Mi exmarido y mi madre los tuvieron en brazos antes que yo. Yo fui a un cuarto de recuperación donde estaba como volando en la Vía Láctea, ingrávida, perdida, boyando… Drogada hasta las cejas. Ahí desarrollé una especie de miedo a quedarme dormida, ida, y perderme para siempre. Una sensación de que si me voy, si me dejo ir, no voy a poder volver.

Cuando por fin me llevaron a un cuarto y me los trajeron, yo seguía sin comprender mucho, pero al menos los tenía conmigo. Pude darles algo de pecho. Y verlos de a ratitos, entre el sueño de las drogas, y las regañonas de la enfermera que me obligaba a caminar, ir al baño sin ayuda, cuando yo estaba rajada al medio. Dolía. Mucho. La cesárea duele. Estás partida. 

Lloraba de dolor, de emoción, de soledad, de angustia, de amor, de vida. 

A los dos días me mandaron a casa, con mis mellizos. 

Y comenzó una nueva vida, de estar pendiente de dos bellos seres, para que estén bien, para cubrir sus necesidades, para cuidarlos con mi vida. Y ya pasaron dieciocho años. Y qué bellos son; dos personas maravillosas. 

Los pormenores en esos dieciocho años, muchos. Depresión posparto, no diagnosticada. Búsqueda sin fin de la felicidad y la energía, para poder proveer de felicidad y energía, No se puede dar lo que no se tiene. Amamantar y llorar a la vez de dolor, de heridas, de desesperación. Un estado constante de alerta. Búsqueda sin fin: terapia, convencional y no convencional; Ayahuasca, talleres de desarrollo personal. Búsqueda de mí misma. Crianza. Alegría de verlos crecer. Emoción con cada logro, cada paso, cada palabra. Cada aventura vivida juntos. Abrazarlos en cada paso, con cada reto.

Y también, una cicatriz no trabajada, adherencias, dolores físicos. Las mamás cargamos a los hijos en las caderas, descompensamos el cuerpo, arrastramos cicatrices, cargamos bolsos, carros, hijos… Y hacemos tareas del hogar sin fin. Cargamos frustraciones y muchas veces falta de amor. Y eso al final crea lesiones.

Y ni hablar de la enorme diástasis abdominal que se me produjo por tener una faja abdominal mal entrenada, excesivamente tensa, nada flexible. (Yo era de las de 200 a 300 abdominales diarios). Si hubiera existido en mi radar la Gimnasia Hipopresiva posiblemente no me hubiese tenido que operar. Pero, por el contrario, anteriormente (ahora también socorro!!!), cuando das a luz, quieres ponerte en forma lo antes posible, y muchas veces te mandan al gimnasio. A correr, a hacer unas pesitas, a hacer spinning. Desastre total.

Y en esas estamos; trabajando las cicatrices. Escuchando el llanto de la cadera; procurando a base de osteopatía, Hypo Gym, entrenamiento, nutrición y amor, solventar un daño acumulado. No es queja, no me malinterpretes. Es consciencia. 

Pero también, ¿quién me quita lo bailado?… Dos seres de dieciocho años, bellos por dentro y por fuera (bellos reversibles, como se suele decir). No puedo estar moñas orgullosa, pero sobre todo, no puedo estar más llena de amor. Ari y Gon, sencillamente, los amo. Gracias por elegirme como vuestra mamá.