Se me hace raro escribir sobre esto. Siempre he ido por la vida a toda prisa y dando saltos. No sé si será que me acerco a los 50, pero todo me lleva a querer ir más lento. Que todo el mundo fuese más lento sería mi deseo, pero eso no es posible. Así que, me conformo, me dispongo, a controlar mi velocidad, ya que sólo puedo cambiar mi parcela del mundo.
Pero… ¿Qué es ir lento?… ¿Quién marca la velocidad?… Yo me descubro a mí misma en mi tendencia a correr y me digo: “¡Para! Estás aquí, ahora. Paso a paso”. Y procuro entonces sólo ocuparme del momento presente.
El afán de hacer muchas cosas cada día me hacía ir corriendo. Sí; conseguía muchos objetivos diarios y resultaba muy gratificante. Pero ahora, aunque a veces eche de menos las medallas que yo misma me ponía ante cada logro, ahora no puedo ir rápido. Simplemente no puedo. Ahora estoy en cada momento y hago la mitad. Me canso. Además tampoco llego a procesar con rapidez las cosas que me ocurren. Es como si mi voluntad de superar la adversidad quisiera ir más rápido que mi capacidad de superarla. Mi alma reclama tiempo para sanar, para absorber los cambios, para recuperarse, para rehacerse, y mi cabeza tira de las riendas”¡Vamos! ¡Vamos!”.
Pero… Espera cabeza. Yo quiero ir lento. Yo necesito ir lento. Incluso moverme lentamente en el espacio y tiempo. Es una energía más densa, como una gelatina. No es la energía chispeante de un vino espumante. Ni mejor, ni peor; diferente.
Vuelvo a la imagen del caracol que evoqué cuando escribí sobre el camino, me refiero al Camino de Santiago. Me sentía un caracol; sin casa, llevando mi casa a cuestas y caminando lento, paso a paso, con plena consciencia. Está bien ir lento. Hay una corriente y todo que va de esto. Slow food, etc.
Lo único que se interpone en mi camino de ir absolutamente lento y con plena consciencia y disfrute, son los ladrones de tiempo. Llamo así a las llamadas de telemarketing, las notificaciones de Hacienda, las gestiones en DGT, el intentar varias veces hacerme con una cita médica sin suerte. Todo esto me roba tiempo y me enoja letalmente. Digo letalmente porque me mato a mí misma con la mala sangre. Debo salir a gritar, correr, caminar, bailar… Algo que me cambie la energía con urgencia. Menuda y lamentable pérdida de tiempo.
Volviendo a “la lentitud”, es agradable ir en slow motion, como flotando. Tiene su punto. A veces entro en corto circuito: mi naturaleza expeditiva reclama el mando. A veces gana; otra veces, sólo genera corto circuitos. Pero cuando consigo ir lento, hasta el tiempo pasa más lento y me cunde más.
Pero… ¿No les da la impresión de que la vida va como un tren de alta velocidad? A veces tan sólo quisiera bajarme un ratito en la siguiente estación y contemplar lo que me rodea. Y reencontrarme quizás conmigo, con una melodía, con una imagen, con un sonido lejano, y con todo lo cercano, y volver a mí misma.
No me da tiempo a “catch up”, esta expresión en inglés es perfecta… Ponerme al día… Pero… ¿Por qué hay tantas cosas que llevar “al día”?… Cuando en realidad sólo deberíamos vivir, ¿no?… No lo sé. Esto es confuso.
Y si ya pienso que en una vida promedio, durmiendo unas ocho horas al día y si vives 75 años, vas a dormir 25… Años… Ya me dan ganas de ser liebre otra vez y correr y correr.
Pero… ¡Espera!… Si vas lento el tiempo va más lento. Así que vuelvo a esta idea, a esta intención, de conquistar poco a poco la lentitud.