Así se llama un cuento de Jorge Bucay, o, si no es de él, está en uno de sus libros.
Yo era muy jovencita y había sufrido uno de mis primeros desengaños amorosos. No tenía ni quince ni dieciséis. Pero yo siempre fui medio tarde con todo. Tenía unos veinticuatro años ya y fue uno de esos desengaños que te dejan muerta. Bueno, te parece que estás medio muerta, pero no. Era una relación que yo había idealizado tanto pero tanto, que cuando el globo se pinchó, estalló en mil pedazos e hizo un montón de ruido.
Era una relación basada en la expectativa. No podía entender cómo alguien te dice te amo, quiero tener hijos con vos, y a las dos semanas no te atiende el teléfono. En ese momento no había WhatsApp ni redes sociales. En ese momento, si querías ver a alguien, tenías que llamarle y quedar para un café. Parece que hablo del siglo pasado, pero no. Es que las cosas cambiaron demasiado deprisa en los últimos veinte años. Ya lo decía Gardel, veinte años no es nada… Pero es un montón. Y se pasa rápido. (Ya estoy hablando como mi viejo).
Bueno, vuelvo al desengaño. Yo no entendía cómo esa persona podía ignorarme, no verme, no registrarme, y, según mi percepción, infravalorarme, tratarme como basura. Claro que todo es percepción: si yo me hubiese percibido a mí misma, fuerte, hermosa, valiosa, lo hubiera mandado a freír churros y San Seacabó. Pero no.
Me sentía un despojo. Lloraba en todas partes. Me acuerdo cuando me largué a llorar en el fisio, mientras trataba de disolverme las contracturas que el desengaño me había provocado. El pobre hombre…
Por suerte, mi voz interior, aunque bajita, me hablaba, y me decía que tenía que salir adelante. Que no era para tanto. Que la vida sin él, seguía, wow, menudo dramón. Pero, es que mi madurez emocional era nula. Y en esa búsqueda estaba cuando, un día ,llegó a mis manos un libro de Jorge Bucay, médico, psicodramaturgo, terapeuta gestáltico y escritor argentino.
Este cuento en concreto, me ayudó mucho. Me ayudó a comprender que no era que yo no valía nada, sino que la persona con la que estaba, no era capaz de valorarme. Es como cuando un joyero inexperto pone precio a una pieza de joyería: puede pasar por lata lo que es platino, y por circonita un diamante, porque no tiene ni idea. Pues algo así. No recuerdo el cuento tal cual es pero sí la idea general. Fue uno de esos momentos eureka: lo que parecía incomprensible, de repente, se comprendió.
El cuento dice más o menos así:
Un joven desesperado va a ver a un maestro. Está desesperado porque se siente menospreciado, por sus padres, su familia, sus amigos. El maestro le dice que no puede ayudarlo porque tiene que resolver algo antes. Tiene que vender un anillo para poder pagar una deuda. Le propone al discípulo que si éste le ayuda a resolver su problema primero, luego el maestro podrá ayudarle. Así lo hacen. El maestro le dice al muchacho que vaya al mercado e intente vender un anillo por su máximo valor, y que no acepte por él menos de una moneda de oro. El muchacho va, y luego de preguntar a cientos de personas, algunos se ríen, otros le ofrecen una moneda de plata, pero nadie le ofrece el mínimo que él necesita para cumplir con su maestro. Así que el muchacho regresa frustrado. Le comenta lo que sucede, que no puede obtener lo que le pide. Que es imposible ya que nadie parece conocer el verdadero valor del anillo. El maestro le dice entonces que deberían primero conocer el verdadero valor, y manda al muchacho a ver al joyero experto. Éste le hace una valoración y le dice que sólo puede ofrecerle, ya que es una venta rápida, 58 monedas de oro. Con tiempo podría sacar unas 70. El muchacho está anonadado, y regresa con el maestro. Le comenta lo sucedido y éste le responde: “Por qué vas por la vida procurando que los demás vean el verdadero valor del anillo, cuando en realidad tú mismo tienes que saberlo”.
Algo más o menos así.
Y por supuesto que el cuento me hizo pensar, pero más que pensar, me hizo click. Por supuesto que no puede valorarnos quien no conoce el valor. Si tú eres amoroso y generoso, no podrá valorarte alguien mezquino y frío, porque no conoce el valor. Si tú eres apasionado y lúdico, no podrá valorarte alguien gris y resentido, porque no conoce ese valor. Y así un sinfín de valores, de cualidades, de piedras preciosas que poseemos y negamos, y que pretendemos que los demás vean y valoren, incluso que las cuiden, cuando nosotros no lo hacemos.
Fue una gran lección. Y pasé página.
Luego tuve algunos tropiezos más, y recordar el cuento me ayuda siempre. Es que aprendemos a los ponchazos (según wikipedia “de la mejor manera posible y con esfuerzo”)… ¿No?
Ahora, he aquí una advertencia. A veces nos dicen cosas muy lindas, pero, el lenguaje corporal o el trato que nos dan, dice lo contrario. OJO con las personas inconsistentes, incongruentes… No tienen nada de claridad y te la lían pero bien. A veces hasta parece que saben lo que hacen. ¡Pero no!… Aprende a detectarlas/os como si se tratara de un detector de metales, y protégete. Posiblemente no lo hagan con mala intención, (o posiblemente sí), pero, de todos modos, el daño se produce, y lo pagas tú. Así que, si detectas falta de coherencia, fuera. Me parece fundamental trabajar la coherencia interna. Para mí es un trabajo diario. Aunque a veces no quede bien, o no satisfaga las expectativas de otro, yo primero coherente conmigo: quiero pensar, decir y actuar en la misma dirección.
A veces recaigo, soy humana y altamente sensible. Pero vuelve este cuento a mí. Espero que te sirva también. Piensa en el valor, el verdadero valor. El que no lo vea, se lo pierde. Pero sí o sí debes buscar este valor, y cuidarlo, atesorarlo, incrementarlo. Es tu valor, eres tú, y eso es todo lo que tienes. Te abrazo, y espero haberte acompañado un poquito, en tu camino.
Gracias! Me parece buenísimo!!!
Gracias!!! Me alegra que te guste!